domingo, 31 de marzo de 2013

El Superviviente, novela de Ernst Wilhelm Händler



Ernst Wilhelm Händler, El  Superviviente*:
Paisaje posthumano en los albores del Tercer Milenio



Los inicios de toda técnica son de origen titánico

Friedrich Georg Jünger




La editorial S. Fischer ha publicado la nueva novela de Ernst-Wilhelm Händler titulada Der Überlebende (El superviviente), que narra la historia de un anónimo ingeniero entregado plenamente a la robótica de enjambres (es decir, a la rama de la robótica dedicada al empleo y coordinación de robots, que aún siendo relativamente simples, se diseñan para que cooperen, aprendan entre sí y logren desempeñar labores complejas) en un laboratorio secreto perteneciente a la firma D’Wolf. La naturaleza de su trabajo tiene claramente una dimensión prometeica, pues pretende diseñar una inteligencia artificial perfecta, colectiva y cooperativa capaz de aprender por sí misma. En la vida de este ingeniero no hay nada más allá de ese horizonte, hasta el punto de que ni una sola vez nos es revelado su nombre; efectivamente, su identidad e individualidad no son nada ni siquiera para él mismo, más allá de un lastre que es eliminado. Este técnico desprovisto de nombre vive entregado a su (estrictamente) titánica tarea, que no es sino coadyuvar al advenimiento de la inteligencia más perfecta conocida, para lograr lo cual no se detiene en ningún tipo de consideración, incluida la de espiar las actividades de sus colaboradores (con lo que el protagonista de la historia además de anónimo logra ser narrador omnisciente en primera persona con un sentido auténtico, si bien por los medios artificiales del Gran Hermano orwelliano que D’Wolf pone a su servicio) a fin de proteger su sacrosanto laboratorio (lugar para el advenimiento de la inteligencia colectiva que ansía crear); asimismo es perfectamente capaz de sacrificar sus relaciones familiares y personales hasta el punto de ser responsable de la muerte primero de su mujer y finalmente de su hija, así como de la cruel manipulación de sus pocos colaboradores.



La novela se ordena como un tríptico, a través del cual vemos la progresiva soledad en la que por su propia mano va quedando el desindividualizado protagonista, el “superviviente”, pues finalmente queda en rigurosa soledad renunciando a toda su vida en el altar de la técnica. La primera imagen corresponde a la relación del ingeniero-demiurgo con su mujer, una artista gravemente enferma, y cómo esta muere no sin culpa del marido por ser un obstáculo en su tarea. La segunda imagen del tríptico examina las relaciones del ingeniero con sus colaboradores, a quienes espía obsesivamente para que estos no pongan en peligro la marcha del laboratorio. La última visión se centra en su hija Greta, nombre de innegable resonancia goethiana, de cuyo fin también es él verdadero responsable. Pese al orden aparente, la historia no sigue una auténtica estructura lógica, son frecuentes los giros cronológicos y a veces es sorprendente cómo se revelan las relaciones que vinculan a los personajes, así como las visiones cósmicas intrusivas de un universo en perpetua transformación; y verdaderamente no es poca la sensación de extrañeza que el propio Händler provoca con su estilo literario plagado de los neologismos y anglicismos normales en la vida de un ingeniero pero también comunes  para nuestra sociedad, la más mercantil y tecnificada de la Historia.

A primera vista, el hecho de que la acción se remita a un laboratorio secreto, perteneciente a la misteriosa multinacional D’Wolf, consagrado a la robótica más avanzada, animaría a pensar que estamos ante un ejercicio de ciencia ficción. Pero al margen de la irónica mención a un Aeropuerto Billy Brandt de Berlín plenamente operativo (cuando se está lejos de acabar las obras hoy en día), nada hay de ciencia ficción pues hace tiempo que el trabajo con robots y la creación de sistemas capaces de coordinarse y aprender siendo operativos entre sí, son cosa cotidiana. El objetivo del autor es otro y consiste en presentar la despersonalización sufrida por el personaje entregado a un modo productivo no sólo desprovisto de espíritu, sino enemigo declarado suyo (aquí sí es posible ver una crítica de sistema). Ciertamente la cuestión de las relaciones interpersonales y la propia identidad aparecen como tema frecuente en la literatura en lengua alemana actual, sirvan como ejemplo Sin nada, la novela de Katharina Hacker cuyos personajes afrontan el vacío interior sobre el que han construido sus vidas o incluso los viajes metafóricos de Christoph Ransmayr (por ejemplo El último mundo, o Los horrores del hielo y la oscuridad, historias en que sus personajes desaparecen espiritualmente hasta integrarse en el paisaje del último rincón del mundo al que han acudido mixtificándose con las personas que antaño habían pisado aquel ignoto suelo). Tampoco es desconocido el problema de la despersonalización vinculado al auge (hasta ahora imparable) de la técnica; en efecto, no es un hecho desconocido en la literatura, y conviene recordar aquí el libro de Max Frisch, Homo Faber y más aún la sugerente Abejas de cristal, novela de Ernst Jünger centrada precisamente en la robótica y en la creación artificial de seres humanos. Por cierto que el verdadero peligro de la creación robótica en Jünger está en la aniquilación del espíritu humano por obra de la técnica (a lo que aludía Jünger en Los titanes venideros cuando habla del futuro inmediato como propicio para la técnica y hostil para el espíritu) y no sería ocioso recordar aquí el ensayo modélico de su hermano Friedrich Georg Jünger Perfección y fracaso de la técnica.

La novedad de la historia de Händler reside en haber llevado el campo de actuación directamente al laboratorio robótico y hacer protagonista a alguien ya previamente despersonalizado cuya vida está entregada a la creación artificial por sí misma, es decir, sin fin moral alguno, por alguien que previamente renuncia a la existencia humana e incluso rechaza el legítimo derecho al reconocimiento del éxito y de la labor bien hecha en aras de su objetivo. El problema de la aceptación consciente del Mal aparece abiertamente en la novela, pues para la creación es preciso destruir, romper física y éticamente con la familia, con la esposa y la hija, con los amigos, incluso sacrificarlos a todos en cuanto suponen un riesgo para la consecución del objetivo fijado. El anónimo ingeniero tiene tanto los rasgos titánicos de un Prometeo como de un Fausto, pero el Fausto del Tercer Milenio no logra -ni desea- su redención. Este proceso de creación artificial está jalonado por la intrusión en la trama de reflexiones y visiones del ser en un proceso eterno de multiplicación, creación, destrucción y regeneración; un modelo cosmológico que no es ya un universo sino un pluriverso, no un cosmos ordenado sino una ensayo malogrado en vías de perfección llevado a cabo por unos desconocidos ingenieros en su papel de demiurgos. El comos, para el anónimo ingeniero protagonista de la historia, ya no es armonía ni proporción, sino ensayo y error.

Händler desarrolla una historia demiúrgica, en la que el humano creador ha perdido precisamente su calidad humana más esencial, incapaz de toda relación, o de sentir afecto, incapaz de relacionarse con los demás, carece por completo de identidad y no proyecta calor alguno sobre las demás personas que le rodean. Es el habitante de un frío laboratorio secreto que forma parte de la gran multinacional D’Wolf, tan grande que tanto parece en la práctica un universo en expansión, como una entidad demónica sin cabeza personal o nacional visible, un complejo ente de relaciones que se ha extendido como un organismo pluricelular por todo el planeta. Al mismo tiempo, tampoco hay seguridad ontológica alguna a la que poder aferrarse desde el momento en que el universo (o pluriverso) es también una creación artificial, con lo que ya parece que nada hay que pueda contener el titanismo que preside esta historia posthumana. El proceso de hipertecnificación toca cumbre en la novela de Händler, que nos presenta un frío mundo posthumano, vacío, que bien podría haber sido producido en un aséptico laboratorio.

* Ernst-Wilhelm Händler, Der Überlebenbe, S. Fischer, Frankfurt a. M. 2013, 319 pp.

2 comentarios:

  1. Menuda historia espeluznante la que cuenta Händler a través de este último superviviente. Creo que es la culminación de la tecnificación y deshumanización en la que vivimos. La verdad es que es un tema recurrente en la literatura alemana contemporánea tal como señalas en el artículo, pero Händler parece ser que lo ha llevado a sus últimas consecuencias. Da un poco de miedo pensar en todo este asunto.
    Saludos. Notorius.

    ResponderEliminar
  2. Espero que se traduzca pronto esta novela, y que lo hagas tú, José Antonio. Tras tu traducción de Schopenhauer, hemos quedado a la espera de más.
    Este tema es de enorme actualidad, por desgracia. La nihilización del hombre (pos)moderno está llegando al límite. Las hordas de homo consumptor, "caminantes", se lanzan al consumo del último modelo que la diosa técnica les proporciona con el fin de suplir, si pudiera, un poco de esa alma perdida, quizás nunca asumida, por el hombre actual. La crisis civilizatoria avanza a pasos agingantados y no parece haber freno. El hombre, llevado por los dioses de las nuevas tecnologías, acaban perdiendo cualquier referencia moral; ni siquiera una moral utilitarista, moral al fin y al cabo. Solo hay un extenso sentido de correr sin más sentido que la carrera per se. Como escribiera Kafka en aquel cuento de la rata que corría sin más sentido que correr. El progreso, en este sentido benjaminiano, se identifica con la barbarie sin más. Como escribe Esposito, es el triunfo de la biopolítica, pero gobernada esta por la técnica posmoderna. Me atrevo a poner un nuevo nombre a esta nueva era, la biopospolítica: una negación de la Política desde los presupuestos de la vida en su estrato más bajo, el simple vegetar de una humanidad que mide el tiempo por la cantidad de producto consumido.

    El título de la obra "El superviviente", es una especie de sarcasmo. No puede haber nunca un superviviente en singular, unus humanus nullus humanus, parafraseando a San Cipriano. Lo lamentable es que nos vemos atrapados en la mera "supervivencia". Pero eso merece otro comentario.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar

El comentario se publicará después de su autentificación.
No se aceptan comentarios anónimos.