domingo, 22 de enero de 2012

CON ERNST JÜNGER EN LOS MUSEOS. REFLEXIONES PARA EL HISTORIADOR



En el impulso museístico se revela el aspecto necrológico de nuestra ciencia; una tendencia a enterrar la vida en la paz e inviolabilidad de los mausoleos conceptuales, y tal vez también la voluntad de elaborar un vasto catálogo de materiales escrupulosamente ordenados que pueda legar un fiel trasunto de nuestra vida y de sus afanes más lejanos.

Ernst Jünger, En los museos (El corazón aventurero)


El pozo del pasado es profundo, quizá insondable. Con esta reflexión comenzaba Thomas Mann su gran novela José y sus hermanos. Abrahán, Jacob, con su respectivos siervos Eliecer, tanto el de los tiempos antiguos como el maestro de José, van apareciendo ante el lector como manifestaciones particulares, personajes individuales que sin embargo bien podrían ser la manifestación de una única persona bajo diferentes aspectos en la corriente eterna del Tiempo. El mismo José parece ser a la vez Adonis y Cristo. El pasado está cargado de misterio y de saber. Los dibujos de la túnica de José narran una vieja historia de los dioses, siempre viva, eternamente renovada en los rituales. La antigüedad de la Esfinge se funde casi con la del Nilo. Siempre había estado allí con él, como el sol en el horizonte. Pero las ruinas abandonadas, por gigantescas e imponentes que estas sean, son la huella de una pisada seca que el Tiempo no tardará en borrar: la prueba evidente de la brevedad de nuestra vida y la finitud de nuestras obras. En momentos decisivos la Humanidad se ha detenido siempre a reflexionar sobre las ruinas de una ciudad o sobre una tumba olvidada. Es la Atenea pensativa de mediados del siglo V, aquel célebre relieve en el que la diosa se para frente a una estela funeraria, gesto que ha sido repetido y se repetirá en tanto exista un resto de espíritu en el hombre.


Lejos de mí cualquier reproche a museólogos y restauradores, no son el objeto de estas líneas ni les pido que las lean. Pero el poder evocador de la ruina es lo más alejado de nuestro culto contemporáneo a los museos, y su metamorfosis última, los llamados centros de interpretación. La extensión del saber y la cultura ha supuesto paradójicamente su confinamiento en museos, en los cuales el antiguo culto a las reliquias sigue vivo bajo una forma laica. Modernos e igualmente laicos son los nuevos santos lugares de peregrinación, que llamados ahora centros de interpretación, han sido construidos con la esperanza de poner la cultura en su ubicación originaria, no confinándola al museo. En un intento de mostrar los acontecimientos donde realmente ocurrieron, se levantan en los lugares sagrados de la cultura pequeños templos de iniciación para que los neófitos puedan ver, ayudados de una técnica cada vez más compleja (que conquista el espacio antes reservado a la magia), cómo eran los emplazamientos antiguos que están siendo visitados. Las explicaciones son sencillas y didácticas, las imágenes valen más que mil palabras y un ambiente de jovialidad y alegría recibe al peregrino que antes de ver con sus propios ojos los venerables restos del pasado, los contemplará primero a través de los textos, imágenes, documentales, diagramas y dispositivos audiovisuales. A veces ni siquiera queda lugar para la sorpresa o el descubrimiento, ya que, como es sabido, vivimos en la sociedad de la información (igual que vivimos en la sociedad de los lemas y los tópicos), y aquellas informaciones que buscamos estarán colgadas en una red global total, de la que hoy en día nadie puede prescindir. De la veneración y la contemplación serena del misterio de épocas anteriores hemos pasado sobre todo a la didáctica del divertimento y a una concepción basada en el disfrute de lo que, tan burguesmente, seguimos llamando tiempo libre. El uso y disfrute de bienes culturales, su rentabilidad, su puesta en valor y otras expresiones semejantes son los términos del catecismo que emplean los nuevos guardianes de reliquias.

Algo de la antigua llama arde todavía en los objetos muertos atesorados en los museos, qué duda cabe. Algo de la verdad profunda del objeto representado subyace, qué duda cabe, en su simple imagen, en la réplica audiovisual de los centros de interpretación. Nada que objetar contra el pulso de la cultura allá donde se manifieste, aunque palpite trivializado o débil. Es un signo de nuestro tiempo, nada más. Idéntica pérdida de sentido bajo la magnífica apariencia de una pompa de jabón se aprecian en otras esferas de la vida, en la religiosa y en la política, y tendrán consecuencias seguramente mayores. Sin embargo, ni el museo, ni la reserva natural, o el espacio protegido, ni los bienes de interés cultural podrán impedir jamás la obra destructora del Tiempo ni contener para siempre con un dique artificial su corriente primordial: al Tiempo tarde o temprano habrá que pagarle el tributo debido. En medio de estas reflexiones a las me llevan de vez en cuando un trato cercano con los llamados profesionales de la cultura (que la cultura sea una profesión es otro de los cambios que nuestra civilización ha sufrido), acude a mi memoria el libro de Ernst Jünger, Corazón aventurero, en concreto En los museos donde dice: “El impulso museístico representa, tal vez, un dispositivo de seguridad que la civilización desgaja de su propia sustancia. De este modo pretende compensar artificialmente los estragos económicos y técnicos causados por ella misma”. En último término el culto excesivo al pasado indica ya la incapacidad de afrontar la vida presente y de responder a sus desafíos. El verdadero historiador (no el sacristán custodio de reliquias, sino el pensador), apostado como un vigía en un puesto avanzado y con ojos para ver se dará cuenta de cuándo el simple interés museístico pase a un tipo inconsciente de necrológica. No será una trompeta del Apocalipsis proclamando el hundimiento de la civilización, algo anunciado, visible y sobrecogedor, pues aunque “tendemos a creer que la catástrofe se anuncia visiblemente desde lejos,…es más frecuente que un edificio histórico sea socavado por ejércitos invisibles de hormigas”, recuerda nuevamente E. Jünger en El corazón aventurero (Historia in nuce: centinela perdida). Subyace aquí una cuestión grave: la obra destructora de la civilización, que pretende conservar aquello que ha ido destruyendo, y que sin saberlo acelera la obra del Tiempo presentándole el camino franco. Las civilizaciones mueren más frecuentemente en silencio que en medio de un gran tumulto, igual que el edificio progresivamente abandonado que al final se derrumba de manera estruendosa por un leve temblor de tierra, sin embargo las causas de su hundimiento son más antiguas. Fueron las prolongadas y enfermizas pasiones necrófilas, en último termino, las que causaron el hundimiento de la casa Usher en el relato de Poe.

4 comentarios:

  1. "Así gritaban y reían con gran confusión. El loco se precipitó en medio de ellos y los traspasó con la mirada: “¿Dónde se ha ido la Cultura? Yo os lo voy a decir”, les gritó. ¡Nosotros la hemos matado, vosotros y yo! ¡Todos somos sus asesinos!"
    ...en el más atronador de los silencios.

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    1. Buena aportación, el tema de la muerte de la cultura se ha hecho recurrente además. La trivialización y el problema del nihilismo han sido puestos de relieve como graves problemas de nuestro tiempo, entre otros por Franco Volpi.

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  2. Que lejos quedan esos tiempos donde uno podía decir que le gusta leer libros y que no le miraran raro, donde uno podía conversar con cualquier persona y criticarle sus ideas y tener una bonita conversación, estamos llegando a una sociedad donde cada cez se aprecia menos la cultura y no es que no se aprecie, sino que no se defiende ni se valora. Cada vez nos volvemos más como unas ovejas sin conciencia y sin personalidad que necesitamos de un pastor que nos guie.
    Volviendo al tema principal de tu entrada, me gusta mucho la reflexión acerca de la ruina que hace Junger, y es que esa ruina te transmite unos sentimientos que un museo no te los proporciona, no estoy criticando los museos ni mucho menos, simplemente digo que en numerosas ocasiones la pieza simplemente se deja en una vitrina donde el observador no sabe que significa ni en que contexto se ha encontrado, etc.
    Hasta más ver José Antonio, esperaré tu respuesta =)

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    1. La tendencia es hacia el estado de termitas, es algo casi natural, ya veremos qué pasa. La cuestión de los museos es compleja, sin duda todo lo derivado de la colección y archivo es además necesario.... Eso no se pone en duda, la cuestión está en aceptar que en último término se trata de presentar como si estuviera vivo aquello que ha muerto. Lo cual tiene también sus implicaciones.

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